Empiezo con un chiste sencillo.
Pablo iba manejando por la ruta, cuando de pronto empezó a titilar en el tablero una luz roja. Pablo nunca la había visto, pero parecía algo grave. Frenó en la banquina, agarró el manual del auto, y encontró que la luz indicaba llevar el auto inmediatamente al mecánico. Condujo con el corazón en la boca hasta el próximo pueblo, mirando la lucecita insistente y rogando que el auto no se le quedara, pero llegó. Buscó un mecánico, le mostró la lucecita, y el tipo le dijo que le dejara el coche y volviera en un par de horas. Pablo se fue a un café que había enfrente a hacer tiempo. A las dos horas volvió, encendió el auto y la luz roja no se encendió. Feliz y aliviado, le preguntó al mecánico qué había hecho, y el mecánico le contestó: "Aflojé la lamparita".
Al escuchar esa historia, nos reímos. Todos sabemos que aflojar la lamparita no es ninguna solución, y que si Pablo hubiera seguido manejando como si nada, el auto se le habría quedado por ahí, quizás con un daño irreparable. Pero lo que no nos damos cuenta es que muchas veces aplicamos ese mismo criterio con la medicación.
Muchos síntomas, como el dolor o la ansiedad, son sistemas de alarma. El cuerpo nos está indicando que hay algo que necesita atención. Tomarnos un ibuprofeno o un clonazepam cuando nos parece es aflojar la lamparita.
La acción correcta es buscar la causa del dolor o la ansiedad, y actuar ahí. La osteopatía es efectiva en el alivio de síntomas justamente porque no busca aliviar los síntomas. La idea es escuchar a tu cuerpo y compilar tu historia (clínica y no clínica), para entender cómo funciona tu organismo y ver por qué se enciende la alarma.
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